El viaje a Aracataca comenzó de nuevo en Tuluá, donde Mita. De allí partí tarde para Cali, pasando un par de días donde mi padre, celebrando su día; luego tomé un vuelo para Santa Marta.
Esta vez no recuerdo lo que leía, en el primer viaje a Aracataca me leí Juan Salvador Gaviota. Y era yo en ese momento Juan Salvador, era yo quien andaba buscando salir volando, no para encontrar comida como las otras gaviotas, tal vez para buscarme, para encontrarme. Sí, para salir volando a buscarme y tener el lujo de encontrarme.
Y es que así vamos por esta vida. Volando, corriendo, sonriendo, trotando, caminando, rengueando, rodando. Lo que pasa es que no siempre tenemos el lujo de estar disfrutando del viaje. De estar sonriendo solo, porque te acuerdas de alguien. De reírse con tus seres queridos, sin forzarlo, de esas risas que limpian el alma, la purifican, por cosas tan simples como una candela que no prende y te hace pasar pena.
Hoy es otro segundo. Lo que viene después del instante en el que estás se llama segundo. El primero es el que tienes en este momento. Llévalo con calma, soltando el primero, soltando el segundo.
Al llegar a Santa Marta me hospedé por el Rodadero. La noche pasó tranquila. A la mañana me levanté super temprano a buscar desayuno, me comí un bollo de yuca. Estaba rico, me gusta más la arepa e' huevo.
Le escribí temprano, empezamos a hablar sintiéndonos más cerca, con otro ritmo, un ritmo playero. Ahí estaba yo, al frente de la playa, descalzo, sin saber cómo me iba a poner los zapatos después con tanta arena entre los dedos. Estaba sonriente, respondiendo mensajes casi cantando, con el Sol un poco escondido, pues a ese día le dio vergüenza.
Después de coordinar el inicio de la agenda, me dirigí al hotel, me tomé un café, descansé un rato me organicé y salí a nuestro encuentro. Me tocó voltear al principio para encontrar la entrada, el taxista me dejó detrás del edificio, después de contarme sus temas politicos y quejas de que la ciudad debería estar más bonita. ¿Más bonita?, pensé yo. Al darle una vuelta al edificio encontré la entrada. Me dirigí al último piso, lo primero que noté fue la vista espectacular que tiene. Aparecí en la puerta, me recibieron con un abrazo, de esos que te hacen flotar, sin despegarte del piso por completo, sin abandonarle, ahí juntitos en ese pequeño instante, entendíamos lo que estaba pasando, nos encontramos lejos y muy cerca, con una misión en común, con un propósito, y lo mejor, disfrutando la magia de la presencia.
Me llenaron de regalos. Yo, que no preparé con antelación los detalles a entregar, dejé para lo último la compra, no pensé en dos en ese momento, pensé en una y en vez de buscar un lugar privado donde entregarselo, se lo dí frente a él. Lo siento, dije, cuando me dí cuenta que golpeó la mesa, continué yo con una risa de vergüenza y gracia de la escena.
Pasamos el día juntos, riendonos, conociendonos, disfrutando. Llenos de reuniones, contentos de estar compartiendo. Sin querer, nos saltamos el almuerzo, es que nos sentiamos llenos, tal vez no de la panza, tal vez del corazón, del alma.
Al finalizar la jornada, nos fuimos a la implacable búsqueda del pescado frito; le encanta, qué digo le, ¡nos encanta! La búsqueda fue infructuosa en los lugares pupis, pues dicen que tal vez le baja el caché al sitio. Quién iba a pensar que los fundamentalistas del pescado frito iban a ser los lugares de barrio. Allí la búsqueda dio sus frutos y disfrutamos de unas cervezas, no sé cuántas, me imagino que las necesarias para abrirnos, para contarnos lo que no nos atrevemos a decir por un teléfono. "Hay cosas que es mejor decir en persona", dijo. Y yo asentí con la cabeza.
Al día siguiente, nos encontramos de nuevo en la oficina, un miercoles, el ombligo de la semana. Fuimos a nuestras reuniónes matutinas, para después encontrarnos en un resto mexicano, ahora eramos cuatro almas compartiendo un almuerzo. Nos empezamos a abrir, empezaron ellos contando sus experiencias. Cuando me lo preguntaron, sin pensarlo, lo sentí como la oportunidad para abrirme, para decir, mirá, este es el panorama, así estan las cosas, y me sentí liviano de momento, tenía que guardar la compostura. Me ausenté de la mesa por una reunión importante, ni me acuerdo si alcancé a aportar para el almuerzo. Apenas lo noto.
Luego regresamos a la oficina, cada uno de nuevo en sus asuntos. Sali a dar una vuelta, a despejarme de tanta realidad, a tomarme una cerveza, a caminar el malecon, a escucharme, a pedir ayuda, a recomponerme. Ya cuando iba a entrar me llegó un mensaje de preocupación, no lo contesté, simplemente subí y me senté, me esperaba una copa de Wishkey que me tomé de inmediato. Estaban preocupados, lo siento, necesitaba un respiro.
Nos despedimos, me quedé en la oficina compartiendo con el equipo, luego salímos por unas birras, y de nuevo charlas profundas, interesantes, de esas que no alcanzan las cervezas para terminarlas. No comimos nada, se nos pasó. Tal vez fueron muchas cervezas, tal vez muchas verdades, aunque cuándo son muchas las verdades.
Me acosté cansado, sin poner alarma, solo me dejé llevar por el sueño y cuando desperté tenía al anfitrión en la puerta del hotel, en una moto esperandome hace media hora. Lo siento mucho le dije, empaqué sin notar las llaves y la toalla del hotel, pensando que era la mía. Me dijo que me subiera, y sin dudarlo me subí, Faltó la foto, eramos 3 en una moto, sin casco, yo pude haber disfrutado el momento tan intimo, 3 varones en una moto, el tercero, en este caso yo, no sabía donde poner el culo, me estaba lastimando el coxis con cada hueco y reductor por el que pasaba, por un momento iba sentado en la parrila, lo cual sentí después al llegar a Aracataca, después de un incomodo viaje en silencio, sonambulo, todavía medio dormido, se acercaban los 34 y este cuerpo ya me lo decía, me puede más el trasnocho que los tragos.
Llegamos a la Alcaldía, a una reunión más para ajustar los detalles del Festival. Salí a atender la reunión de la mañana. En el parque, mientras me tomaba un café y hablaba con el equipo, noté la presencia de un Señor bien serio. El Sargento, se presentó después de que terminé de hablar. Un respetable veterano de guerra, que todavía carga con ella, la guerra contra sí mismo, esa que no se combate con balas y fusíles y de la que no ha podido ganar todas sus batallas, ahí va el hombre, adelante con sus luchas, en ocasiones distraido, algo sensible, no nos faltaron los cafés en mi estadía.
Me dirigí de nuevo a la Alcadía, sin pensar que se había terminado la reunión. ¿Dónde están?, pregunté. Estaban en la concha acustica, tratando de abrir una puerta pegada por la humedad del lugar. Yo me empecé a derretir, la camiseta que usé ese día, un regalo de mi papá, empezó a hacer notar mi transpiración, estaba empapado, tanto así como para merecer una foto a escondidas de la que me dí cuenta. Aunque no lo crea todavía soy cachaco, viví en Bogotá mis primeros años de vida, acostumbrado a su clima, llegar a la costa y sobre todo a Aracataca me puso en evidencia, no soy totalmente valluno, ni totalmente cachaco, soy un sincretismo de los lugares que he habitado.
Noté que se me pega el acento rapidísimo, no tanto como para parecer local, pero sí como para pensar que viví algún tiempo allí, que lo conocía de antes. Llegamos al almuerzo, a un restaurante ubicado en el patio de la casa donde vivió sus últimos años el maestro Leo Matiz, uno de los 10 mejores fotógrafos del mundo del siglo pasado. Yo no estaba en mi 100% para disfrutar lo suficiente del almuerzo. Fue un lindo encuentro. Hubo chistes y chanzas, canciones de nuestros seres queridos; las tarareamos, nos miramos, sonreímos, compartimos. Creo que me veían preocupado, desconectado. Estuve así todo el almuerzo. Decidí cambiar de lugar, me levanté al lavamanos, me miré en el espejo y estiré un poco las piernas. Al regresar, me llamó a su lado y me preguntó si estaba bien. Fue una charla corta, llena de significado. Y apareció Luciana, un ángel que con un abrazo, como favor a su nueva amiga, me puso una bandita en el corazón adolorido. Ellas, sin saberlo, me estaban curando el alma, de a poquitos, pasito a pasito, sin afanes, con cadencia, como se cura el alma.
Todo esto está pasando mientras hacemos la primera edición del Festival Macondo. Ya van dos viajes llenos de esperanza de llevar el mundo a Aracataca y Aracataca al mundo. Porque sí, es eso, Aracataca es el mundo.